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  • Almudena Sosa Guzmán

¡Aquí no hay quien viva! (Cómo nos afecta el calor)


Nuestras emociones y nuestro estado de ánimo son afectados por una gran variedad de factores, uno de los que ejerce una influencia más notable es el clima. Y es que el equilibrio organísmico del ser humano requiere de unas condiciones atmosféricas (luz, temperatura, humedad y velocidad del aire) dentro de unas cotas que podemos precisar como aquellas que nos proveen de “confort ambiental”, fuera de las cuales y ante variaciones bruscas o extremas se da una desregulación homeostática que induce estrés en el funcionamiento de órganos y sistemas corporales y, en última instancia, en el plano afectivo-emocional.

Hace tiempo ya que se definió el llamado Trastorno Afectivo Estacional (TAE) aunque referido en un principio al papel del frío y la carencia de luz solar en la etiología de lo que más comúnmente se conoce como “depresión invernal”, que se caracteriza por tristeza, poca energía, pesimismo, entre otros síntomas. Sin embargo, hasta hace poco no se ha atendido a la otra cara de este trastorno asociada a las altas temperaturas.

En general, el calor y la luz del sol nos conectan fácilmente con sensaciones placenteras y con buen humor, nos abrimos más a los demás e irradiamos mayor positividad. Pero cuando la temperatura sobrepasa los límites de la calidez para convertirse en un bochorno aplastante, como el que estamos sufriendo en estos días, se genera un “estrés climático” en el que fácilmente aparecen síntomas como agitación, insomnio, sueño superficial poco reparador, pérdida del apetito, irritabilidad, agitación, ansiedad y cambios de humor. A nivel cognitivo también sufrimos de una menor capacidad reflexiva así como un deterioro en las aptitudes creativas.

Desde un ángulo más infausto, bajo este “sol de justicia” se da una mayor propensión a la hostilidad, por lo que pueden florecer conflictos latentes y hacerlo acompañados de un incremento de la agresividad e incluso con explosión de aptitudes violentas.

El calor extremo también produce una exacerbación de patologías mentales y se ha demostrado que aumentan las urgencias psiquiátricas cuando los termómetros se elevan por encima de los 30º. No se trata de decir que es el calor el haga aumentar las estadísticas de este tipo de sucesos, pero sí que se convierte en un importante catalizador de los factores que los potencian.

Un dato curioso proviene de un estudio del italiano Cesar Lombroso, por otra parte cuestionado padre de la criminología actual por sus conclusiones acerca de los delincuentes, que concluyó, tras analizar 836 rebeliones acontecidas entre 1791 y 1880, que en los meses de verano existía mayor tendencia a las rebeliones"

¿Cómo podemos manejar nuestro afecto y nuestra conducta ante el calor extremo?

La primera medida sería de índole pedagógica, al respecto de conocer la base biológica de “estrés climático”, ya que una respuesta de estrés indica que el organismo está segregando altas dosis de adrenalina. Esta reacción es en principio una forma de responder de nuestro sistema nervioso ante una amenaza (real o percibida) ante la que estima que se necesita huir o luchar. El caso es que este estresor, el calor como tal, no tiene objeto ante el que presentar una defensa, por lo que la energía agresiva de la que nos provee la adrenalina no encuentra diana a la que apuntar, y esto hará que cualquier evento con connotaciones conflictivas se convierta en el punto de mira hacia el que se dirigirá la agresividad.

Tomar conciencia de ello nos deja menos impotentes ante este tipo reacciones y nos permite prepararnos actitudinalmente para aceptar estas condiciones, a la vez que cuidar en lo posible las variables ambientales y personales que estén al alcance y posibilidades de cada uno: evitar horas y lugares extremos, buena hidratación, comida ligera, ropa fresca y transpirable, trabajar en ambientes bien ventilados, son otras posibles medidas que nos ayudarán a transitar la inclemencia de estos días de verano.

No todo hay que dejarlo a los factores externos.


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